Desde Cuántica trabajamos con una metodología integradora que se nutre de diferentes corrientes psicológicas. Tomamos como “mapa” para entender los síntomas y las relaciones que generan y mantienen los problemas la corriente Sistémica, así como la Cognitivo-Conductual. Nos nutrimos de otras terapias como EMDR o Mindfulnes que nos aportan herramientas para abordar las diferentes sintomatologías. Al mismo tiempo nos basamos en todos los avances de la neuropsicología y neurobiología para entender como funciona el cerebro y para abordar los problemas a la luz de estos conocimientos.
Desde la corriente Sistémica abordamos los síntomas del paciente identificado (aquel que manifiesta el problema) entendiendo que forma parte de un sistema de relaciones (familiares, laborales o sociales en general) en los cuales los síntomas tienen una función dentro del mismo. Las dinámicas relacionales generan y/o mantienen el problema para encontrar un equilibrio en el sistema, que muchas veces se ha convertido en disfuncional o “tóxico”.
Los avances en el conocimiento de cómo funciona el cerebro nos han permitido saber que hay dos estructuras cerebrales que tienen un papel central en la gestión de las emociones que son el sistema límbico y el neocortex prefrontal. El sistema límbico es la parte del cerebro donde se generan las emociones y consta de varias estructuras entre las que se encuentran la amígdala y el hipocampo. El sistema límbico está conectado mediante circuitos neurológicos con el neocórtex enviándole información sobre las emociones que experimenta. La información que llega al sistema límbico se procesa de manera más rápida y más imprecisa y cuando esta estructura percibe peligro emite una respuesta emocional básica inconsciente para proteger al organismo. Sería algo así como el “perro guardián” del cerebro.
El neocortex prefrontal tiene un papel fundamental en la conciencia y la reflexión de lo que nos ocurre emocionalmente. Es una estructura más avanzada, que analiza la información captada por los sentidos de forma más minuciosa y emite respuestas de forma más lenta a las generadas por el sistema límbico.
Las investigaciones de LeDoux (1996) hicieron una gran aportación para entender las bases neurobiológicas de las conductas automáticas encaminadas a la defensa de uno mismo, también llamadas conductas defensivas. El hecho de que haya un aprendizaje emocional en el que no participa la corteza cerebral ayuda a entender el porqué de muchas conductas que las personas ponen en marcha “sin darse cuenta”, pudiendo tomar conciencia del comportamiento realizado, pero sin comprender la verdadera razón del mismo (Timoneda, 2015).
Otra aportación importante de LeDoux es que el aprendizaje emocional inconsciente se hace a lo largo de toda la infancia y la amígdala actúa como centro de almacenamiento de estas memorias emocionales. Esto quiere decir que el sistema de defensa se pondrá en marcha cuando la amígdala “interprete” peligro, basada en la experiencia inconsciente acumulada, que puede ser “real” o no. No sólo de tipo físico sino también peligro psicológico o emocional (Timoneda, 2015). Siguiendo la metáfora del “perro guardián”, éste podría ponerse a ladrar intensamente porque un ladrón intenta entrar o simplemente porque una familia pasea al lado de su territorio.
Goleman (1995) ya intuitivamente afirmaba que las conductas enmascaradoras (conductas defensivas) tienen un origen emocional inconsciente y van encaminadas al auto-engaño y la auto-defensa.
Todos estos conocimientos nos ayudan a entender cómo se generan las respuestas emocionales y a trabajar con una metodología que nos permite salvar estas defensas psicológicas y ayudar la paciente a generar cambios que le ayuden a mejorar.
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